Ni la persona más desacompasada del planeta hubiera podido evitar marcarse algún baile al son de los ritmos creados por los integrantes del Niu de la Guatlla. Y es que el taller de percusión que organizó este centro social okupado para celebrar su primer año, hechizó a todos los presentes sin excepción.
Hacia las 11 horas de la mañana la gente ya se empezaba a amontonar alrededor del escenario, improvisado en medio de la calle y formado por unas cuantas sillas y alfombras. Todos esperaban a los protagonistas, quienes aparecieron con cuentagotas a medida que se colocaban, cada uno con un instrumento tan diferente como llegaron a serlo entre ellos.
Después de una breve presentación por el que era la voz cantante del grupo, empezó el espectáculo. La pieza que inauguró el taller era una que parecía ser conocida por la mayoría de los allí presentes, de ritmo rápido y en la que el tambor de mayor tamaño se hacía con el protagonismo. Pero se atrevieron todos y con todo. En ocasiones alguno de los intérpretes secuestraba a algún espectador y le ponía el instrumento entre las manos, convirtiéndolo en músico durante el intervalo que durara la composición. El tiempo y los ritmos se iban sucediendo, y después de dos horas pusieron fin al taller yéndose por bulería.
Un acompañamiento de altura
Pero en la fórmula para conseguir una celebración perfecta no podían faltar los ejercicios de equilibrio. Algunos de los que empezaron tocando los instrumentos, demostraron después su carácter polifacético creando complicadas formas humanas que se iban dibujando a cada intento. Entremedio algún sobresalto que otro, alguien que se desestabiliza y está a punto de caer, un pequeño susto que quedó en nada. Todo lo contrario a la velada que vivimos, que fue mucho más que una anécdota.
Carlota Alegre